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Un numeroso grupo de personas de todas las edades hemos
tomado parte en la ‘subida del Belén a Cerro Milano’.
Nuestro ‘camino a Belén’ comenzaba en el Santuario de la
Montaña. Allí D. José Gil Marqués pronunciaba el pregón de esta Navidad.
En sus palabras destacó cómo ciertos símbolos que utilizamos
hoy día se remontan, en algunos casos, a los primeros cristianos. Para ellos
estaban cargados de un sentido que nos urgió a recuperar.
Por ejemplo: las luces de Navidad nos remontan a las
lámparas que colocaban en un lugar visible de la casa: Cristo había iluminado
esa familia. Los regalos eran un signo del don que Dios nos hace en su Hijo. El
árbol nos recuerda que unidos a Cristo es como podemos tener vida, como la
reciben las ramas del tronco.
Seguidamente habló de la pedagogía que tiene el año
litúrgico: así como el año civil nos dice que la Tierra ha girado una vez más
alrededor del Sol; el año litúrgico nos invita a que nuestra vida describa una
‘espiral de acercamiento’ al Sol que es para nosotros Cristo.
Nos advirtió del peligro que tenemos de quedarnos en la
superficialidad de las cosas en estos días. Sería algo así como si celebrásemos
una fiesta en honor de una persona y nos hubiéramos olvidado de ella debajo del
dintel de nuestra casa. Por ello la importancia del silencio, la lectura del
Evangelio, la oración, la vivencia de la caridad en estos días.
Y después de estas palabras iniciábamos nuestro camino. Un
grupo de niños portaban las piezas del portal: queríamos acompañar a la Sagrada
Familia en su peregrinación. En nuestra ruta por la Sierra de la Mosca entre
encinas, pinos, madroños,… y con los amplios horizontes que la rodean, fuimos
recreando algunas estampas navideñas mediante lecturas y canciones: Jesús que
viene a ser luz de la familia –anuncio a José del misterio de María-; Jesús que
bendice el trabajo bien hecho con la paz –anuncio a los pastores-; Jesús que
atrae hacia Él a todos los pueblos y culturas –anuncio a los Magos-.
Y, por fin, nuestra meta: una insignificante oquedad en la
roca dónde colocamos nuestro pequeño portal. Allí recordamos la escena
evangélica acompañándola de algunos villancicos y ofrendas que se condensaron
en la famosa oración de San Francisco: ¡Señor haz de mí un instrumento de tu
paz!
Como en otro tiempo a los pastores, nos tocaba volver a la
ciudad, a casa,… con la alegría de compartir esa Buena Noticia que lo es para
todo el pueblo.
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